Gallardón siempre se va

DESDE que sustituyó a Verstrynge en la Secretaría General de Alianza Popular, Alberto Ruiz Gallardón no ha dejado nunca de irse. Si se hubiera ido todas las veces que lo ha anunciado, habría dejado más cargos de los que caben en el BOE. Pero, a diferencia de Mariano, todos los cargos de los que dijo que se iba no le permitieron quedarse en el único que le importaba, el de presidente del Gobierno. Estuvo a punto de entrar en la familia del Rey, sección sobrinas, pero el Egregio Tío al final lo impidió; y no ambicionó el Colegio Cardenalicio porque Bono nunca le hubiera perdonado un adelanto en la carrera de Papa; pero auscultar sus ganas de ser jefe de Gobierno se convirtió en una pregunta de periodismo infantil, y en 1996, cuando Polanco se creía Jehová Guttenberg, quiso sentarlo en la Moncloa en vez de Aznar.

Desde entonces, las bases del PP lo vieron como un redomado traidor, condición que acreditó cumplidamente como presidente de la Comunidad de Madrid, ora entendiéndose con el PSOE, ora con Pujol, siempre contra Aznar y con la perpetua bendición de PRISA. Aznar lo odiaba y decidió liquidarlo como candidato antes de irse, momento en que Gallardón anunció lo de siempre: que dejaba la política. Pero una encuesta cuyos datos –evidentemente falsos o falseados– no hemos conocido nunca, convenció a Aznar de que la guerra de Irak había liquidado electoralmente al PP. Y Aznar, en un momento de pánico familiar, recuperó al defenestrado Gallardón para asegurar lo único que, tal vez, podían ganar, la alcaldía, le colocó a su señora de paquete y mandó a Esperanza Aguirre a perder la Comunidad. El PP tuvo un buen resultado y Aguirre hasta consiguió finalmente la Comunidad, pero Gallardón ya se había hecho con el Ayuntamiento, a cuya costa erigió Ambiciones, símbolo de la Deuda y monumento al Despilfarro.

Cuando Rajoy perdió en 2008, se identificó con Gallardón y éste con él. Dos hipócritas atacando a la Derecha, mejor que uno. Pero tras irse de la política nacional, regional o local –2008, marzo y octubre de 2011–, dejó tirados a sus íntimos y se fue de ministro. Ahora se ha dado tanta prisa encarcelando a Bárcenas y forzando la ruina de Mariano que todos le han visto la jugada. Así que hace lo de siempre: decir que no ambiciona nada y que deja la política. A ver si se queda de una vez.